La conciencia negra de la Iglesia católica latinoamericana
A través de este artículo quisiera trazar, a partir de la Conferencia de Puebla, el camino que ha recorrido la Iglesia en su relación con la población afrodescendiente del continente. Intentaré mostrar cuáles han sido y siguen siendo las iniciativas de la Iglesia con los «afros» y, al final, señalar algunos de los desafíos que enfrenta hoy la pastoral afro.
Se puede decir que la Iglesia católica tardó mucho tiempo en pronunciarse sobre las realidades de marginación y sufrimiento de la población negra en el continente. Esta mirada a la realidad de esta población se concretó en 1979, durante la conferencia de obispos latinoamericanos reunidos en Puebla, México. Como una petición de perdón, la Iglesia reconoció por primera vez que había fracasado en su misión evangelizadora al no prestar la debida atención a este problema de marginación, racismo y discriminación de los afroamericanos. La nota a pie de página del número 8 del documento final de aquella Conferencia reconoce que «[...] el problema de los esclavos africanos no ha merecido, desgraciadamente, la atención evangelizadora y liberadora de la Iglesia [...]» (CELAM, 1979, 64). El padre Heitor Frisotti, uno de los pioneros de la Pastoral Afrobrasileña (PAB), comentó al respecto diciendo que «[...] es la conciencia de haber fracasado en el compromiso con el anuncio del Evangelio que sabe promover la vida y la justicia; es la certeza de que ese pecado pesa todavía en la relación entre la Iglesia y los negros [...]».
Los obispos se pusieron entonces del lado de los afroamericanos que, «[...] viviendo en situaciones segregadas e inhumanas, pueden ser considerados los más pobres entre los pobres [...]» (CELAM, 1979, 34). A partir de entonces, la Iglesia sintió la necesidad de prestar la debida atención a la lucha social en favor de los pobres. El término «pobres» engloba a toda la clase oprimida: «indígenas y afroamericanos, campesinos sin tierra, obreros, marginados desempleados y subempleados de los asentamientos urbanos, jóvenes socialmente frustrados y desorientados, niños sumidos en la pobreza, menores abandonados e indigentes, mujeres». En otros textos, el documento se refiere también a los emigrantes y a las prostitutas (SANTOS, 1986, p. 41-42). Toda esta categoría de personas constituía la nueva misión de la Iglesia, que ahora estaba llamada a defender a los pequeños de las manos de los grandes, a los débiles de las manos de los fuertes, a los pobres de las manos de los ricos y a los negros de las manos de los no negros. Cabe señalar que la categoría utilizada por la Iglesia católica en aquella época no era «negro». No era una categoría racial. Era una categoría de «clase». La llamada «opción preferencial» era «por los pobres». Al afirmar que los pobres son también «afroamericanos», el documento precisaba su preocupación por la marginación social producida por lo que hoy llamaríamos «raza». Esta última aparece como una categoría central en este documento y comenzó a formar parte de las preocupaciones pastorales de la Iglesia. Más tarde, en 1992, el documento de Santo Domingo hizo hincapié en esta preocupación por los afroamericanos. Elaborado a raíz de los debates sobre el 500º aniversario de la llegada de los europeos al continente americano, el documento afirma que la Iglesia es consciente del problema de la exclusión, la marginación y el racismo que sufre la población negra y «[...] quiere compartir sus sufrimientos y acompañarlos en sus legítimas aspiraciones en busca de una vida más justa y digna para todos [...]» (CELAM, 1992, p. 249). Poco a poco, la conciencia de la situación desfavorable de los afrodescendientes fue ganando cuerpo y color dentro de la Iglesia.
Para promover esa justicia con la que la Iglesia había fracasado en el pasado al olvidar el sufrimiento y el dolor de los negros, los obispos firmaron un nuevo compromiso por la justicia en el que reconocían que «[...] la evangelización supone el conocimiento de la realidad y el compromiso del Pueblo de Dios por superar la “situación de miseria, marginación, injusticia y corrupción” que aflige a nuestro continente» (CELAM, 1979, 48). El PAB nace de este compromiso con la justicia, con el objetivo de promover un camino de liberación para «los más pobres entre los pobres». Se define como un espacio de reflexión, articulación y diálogo, centrado en las cuestiones afrobrasileñas (racismo, discriminación, desigualdad, intolerancia religiosa, inculturación de la fe cristiana). Es una acción social de la Iglesia Católica que tiene como objetivo evangelizar, buscando superar las desigualdades, la exclusión social, la pobreza y la violencia contra las personas negras a través de políticas públicas. La evangelización implica el testimonio cristiano y el compromiso con la defensa de la vida en todas sus dimensiones.
En Brasil, la Campaña de la Fraternidad de 1988, cuyo tema fue «La fraternidad y el pueblo negro» y lema «¡Escucha el grito de este pueblo!», fue un momento importante para la implementación del PAB. Con muchas dificultades para abordar por primera vez la cuestión de los negros en la Iglesia, la CF llamó la atención sobre las estructuras desiguales en la Iglesia y en la sociedad brasileña. Era un tema nuevo, en el sentido de que hacía hincapié en la inclusión de la población negra en la Iglesia como miembros que comparten las mismas responsabilidades y dignidad que los demás. Con el eslogan «He oído el clamor de este pueblo», la Iglesia Católica tomó conciencia de las vulnerabilidades de la población negra: un clamor de justicia, igualdad, paz, dignidad e identidad. Sin embargo, la Campaña de la Fraternidad de 1988 marcaría un punto culminante de esta acción. Frisotti (1996, p. 47) recordó que «la FC marcó un punto de no retorno, porque ya no sería posible volver atrás y reconoció el derecho de la población negra a ser Iglesia de otra manera».
En el mismo sentido, durante la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida, São Paulo, en 2007, los participantes volvieron a comprometerse en la lucha contra la desigualdad racial, tras constatar el sufrimiento de la población negra en el continente en los tiempos actuales. El documento afirma: La historia de los afroamericanos ha estado atravesada por la exclusión social, económica, política y, sobre todo, racial, donde la identidad étnica es un factor de subordinación social. Hoy son discriminados en el mercado de trabajo, en la calidad y contenido de la escolaridad, en las relaciones cotidianas y, además, existe un proceso de ocultamiento sistemático de sus valores, historia, cultura y expresiones religiosas. En algunos casos, persiste una mentalidad y una cierta mirada de menos respeto hacia los indígenas y los afroamericanos. De esta forma, descolonizar las mentes y los saberes, recuperar la memoria histórica y fortalecer los espacios y las relaciones interculturales son condiciones para afirmar la ciudadanía plena de estos pueblos (CELAM, 2007, 97). Según este documento, el PAB pretende descolonizar las mentes y fomentar espacios de reflexión que difundan iniciativas dirigidas a la población negra. Por medio de «Pastoral Afrobrasileña: Estudios de la CNBB 85», la Iglesia aconseja que en las parroquias «[...] se creen grupos y círculos específicos para analizar cuestiones relativas a la realidad afro a la luz de la Palabra de Dios, propiciando espacios para celebraciones litúrgicas afroinculturadas [...]» (CNBB, 2020, 39). Al mismo tiempo, lamenta las muchas dificultades encontradas para implementar este trabajo en las diócesis, especialmente por parte del propio clero. Afirma claramente que «a veces son los propios párrocos los que obstaculizan estas iniciativas, porque no están suficientemente convencidos de su necesidad o porque carecen de una clarificación adecuada. Otras veces, carecen de las subvenciones mínimas para poner en marcha el trabajo» (CNBB, 2020, 47). Junto a estos desafíos está la apertura de algunos obispos y sacerdotes hacia la pastoral afro.
Al celebrar este Día de la Conciencia Negra, felicito todas las iniciativas que se están llevando a cabo para promover e incluir a los afrodescendientes en la sociedad brasileña y especialmente en la Iglesia. Termino este tema con un extracto de la oración al final del Documento de Aparecida: “Quédate, Señor, con los más vulnerables de nuestras sociedades; quédate con los pobres, los indígenas y los afroamericanos, que no siempre han encontrado el espacio y el apoyo para expresar la riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad. Quédate, Señor, con nuestros niños y jóvenes, que son la esperanza y la riqueza de nuestro continente; protégelos de tantos males que atentan contra su inocencia y sus legítimas esperanzas. Oh Buen Pastor, quédate con nuestros ancianos y nuestros enfermos. Fortalécelos en su fe, para que sean tus discípulos y misioneros”. Amén.
Anoumou Mossi Kuami Bernardin, MCCJ Pastoral Afro - Salvador/BA